2. El regreso de Ulises

Recordando La Odisea

(Notas sobre letras, criptografía y lecturas con segunda capa)

A veces una historia no se repite: regresa.

Hermes llega a Corfú desnudo, exhausto, sin barco ni compañía. El mar lo ha despojado de todo salvo de aquello que no puede perderse: el deseo de volver a casa. Pisa la arena con la sensación de estar caminando sobre una pregunta antigua, como si la isla recordara algo antes que él mismo.

Y la isla, en efecto, recuerda.

Muchos siglos antes, otro hombre llegó a esa misma orilla en condiciones parecidas. También había perdido su nave. También venía solo. También había sido empujado por dioses caprichosos y mareas poco misericordes. Se llamaba Ulises.

Corfú no es un escenario casual. Es la Esqueria homérica, la isla de los feacios. Allí Ulises fue encontrado, acogido y escuchado. No venció a nadie. No resolvió ningún enigma. Simplemente contó su historia. Y gracias a la hospitalidad, pudo completar el último tramo del viaje de regreso a Ítaca.

Hermes es Ulises… pero reescrito.

Ya no hay Atenea ni Poseidón, pero el enemigo sigue siendo una fuerza superior, incomprensible. En lugar del mar, ahora es el futuro el que se ha vuelto opaco. En lugar de cíclopes y sirenas, hay preguntas sin respuesta. Y, sin embargo, el motor es el mismo: el nostos, el impulso de volver a casa, de regresar junto a los suyos.

El guiño es explícito para quien quiera verlo. El caballo mencionado casi de pasada no es un animal cualquiera. Es la sombra alargada de Troya. Una firma. Un recordatorio de que este viajero no solo ha sobrevivido, sino que ha sabido ganar tiempo con ingenio.

Como Ulises, Hermes no busca gloria ni conquista. Busca final. Quiere cerrar el círculo. Y como Ulises, necesita algo más que fuerza o inteligencia para lograrlo. Necesita hospitalidad. Alguien que lo escuche. Alguien que le ofrezca una mesa, una noche y un relato compartido.

Por eso Irene Adler ocupa el lugar que un día fue de Nausícaa. Por eso la casa, la cena y la conversación importan más que cualquier máquina del tiempo. Porque hay viajes que solo se completan cuando alguien te invita a quedarte un rato.

Hermes es Ulises, siglos más tarde.
No porque repita sus gestas, sino porque sigue haciendo la misma pregunta.
Y porque, como entonces, la respuesta empieza siempre en una isla.

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