Recordando La Odisea
(Notas sobre letras, criptografía y lecturas con segunda capa)
Hay libros que no se leen. Se encuentran.
Hermes habla de un volumen imposible: infinito, cambiante, sin principio ni final. Un libro que no predice hechos, sino que despliega bifurcaciones, posibilidades, estructuras del tiempo. Un libro que no dice qué ocurrirá, sino todo lo que podría ocurrir.
No es un objeto nuevo. Es un recuerdo.
Ese libro existe desde mucho antes de que Hermes lo encuentre. Existe porque alguien lo imaginó primero. Un escritor que entendió, antes que casi nadie, que el futuro no avanza en línea recta, sino que se ramifica como un árbol inquieto. Que cada decisión abre mundos paralelos. Que leer es elegir un sendero entre muchos.
Ese escritor colocó su libro en una biblioteca infinita. Le dio forma hexagonal. Lo escondió entre anaqueles interminables y lo dejó custodiado por bibliotecarios condenados a buscar sentido en el exceso absoluto de información.
El Hexágono Carmesí no es una casualidad. Es una coordenada emocional. Remite a La Biblioteca de Babel, ese lugar donde están todos los libros posibles, incluidos los que no significan nada y los que lo explican todo. Un lugar tan perfecto como inútil. Tan total como desesperante.
El autor dejó más pistas. Amaba el ajedrez, ese juego donde el futuro se calcula en árboles de posibilidades. Escribió cuentos como partidas mentales. Y, como Homero, acabó ciego, no como castigo, sino casi como culminación. Cuando ya había visto demasiado.
Hermes dice algo más, casi en susurro: el escritor describió ese libro pocos años antes del siglo XXI. Y Holmes recuerda que ese mismo autor escribirá, diez años después, un poema dedicado a él.
Las fechas encajan como un mecanismo preciso.
El poema existe. Se titula “A Sherlock Holmes”. Fue escrito en 1979. Diez años antes, en 1969, ese mismo autor había publicado textos donde el tiempo se bifurca, los libros son infinitos y la realidad se comporta como un problema lógico.
Sherlock no duda. Reconoce el trazo, la voz, la arquitectura mental. Anota el nombre sin levantar la vista.
Porque el autor solo puede ser uno.
Jorge Luis Borges.
El hombre que imaginó bibliotecas infinitas cuando el mundo aún creía en enciclopedias cerradas. El que jugó al ajedrez con el tiempo. El que perdió la vista y, sin embargo, siguió viendo más lejos que nadie.
Hermes no encontró el libro porque viajara al pasado.
Lo encontró porque alguien ya había viajado al futuro con la imaginación.
Y así, antes de que empiecen los treinta viajes, queda claro algo esencial:
no todas las herramientas vienen de máquinas.
Algunas nacen en bibliotecas, escritas por hombres que supieron perder la vista para ganar perspectiva.
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